En medio de las luces, los aromas dulces, los abrazos y los regalos cuidadosamente envueltos, la Navidad nos invita a detenernos un momento y mirar más allá de lo material. Es hermoso dar y recibir detalles, pero hay un regalo que no viene en caja, que no tiene lazo… y que, sin embargo, transforma la vida de quien lo recibe: Jesús.
A veces la emoción de la temporada puede hacernos olvidar lo más importante. Nos enfocamos en lo que debemos comprar, en lo que falta en la mesa o en la lista de deseos. Pero Dios, con la ternura más grande y el amor más profundo, nos recuerda que el cielo también hizo una lista de regalos, y en ella solo había uno:
Su Hijo.
Jesús vino a habitar entre nosotros para traer luz donde había oscuridad, esperanza donde había vacío y salvación donde había perdición. Es el regalo que no se agota, que no se rompe, que no pierde valor. El regalo que permanece cuando todo lo demás pasa.
Y cuando recordamos esto, nuestros propios detalles se vuelven más significativos. Cada regalo cristiano que damos se convierte en una semilla de fe, un recordatorio tangible del amor de Dios, una manera sencilla pero poderosa de decir:
“Él está aquí. Él es el centro. Él es el verdadero motivo.”
Esta Navidad, mientras compartes con tu familia, decoras tu espacio o eliges un obsequio especial, permite que tu corazón vuelva a lo esencial.
Celebra a Jesús. Agradece por Jesús. Comparte a Jesús.
Porque el mejor regalo no se compra, se recibe con el corazón.
Y cuando lo recibimos… nuestra vida entera cambia.
